Santanismo de Fecal
Santa Anna y Fecal:
Reaccionarios y entreguistas
Edgar González Ruiz
Antonio López de Santa Anna (1794-1876) es símbolo del entreguismo a los intereses extranjeros. Once veces ocupó la presidencia de la República y lo mismo por sus actitudes que por denunciados acuerdos, contribuyó a la pérdida de la mitad del territorio nacional.
Convenenciero y fanfarrón, sus errores lo llevaron en 1836 a caer preso de los tejanos independentistas, quienes estuvieron a punto de dejarlo regresar a México, pero se arrepintieron, pues provocó su indignación cuando, al momento de partir, les lanzó uno de sus discursos hipócritas y pomposos.
Nada como la elocuencia de los hechos: Santa Anna regresó a México sano y salvo, mientras que nuestro país resintió la pérdida de Tejas, consentida por Santa Anna como presidente de la República, mediante acuerdos que estableció con sus captores.
Eso sí, en 1838 perdió un pie durante la llamada Guerra de los Pasteles, cuando los franceses atacaron Veracruz, episodio que le sirvió para justificarse en adelante como patriota intachable y mártir de la patria, y para crear un culto a su propia personalidad, prodigando ceremonias a su miembro cercenado.
Durante la guerra contra Estados Unidos (1846-48), Santa Anna reculó en momentos clave, abandonando posiciones y soldados, con lo cual facilitó la derrota de México, mientras él siguió lucrando a costa del pueblo, de tal suerte que pocos años después concertó con EU el tratado de La Mesilla, por el cual vendió un valle mexicano por la cantidad de 10 millones de pesos: ese era el “patriotismo” del dictador.
Desterrado varias veces del país, cuando sus enemigos ocupaban el poder, trató de repatriarse durante la invasión francesa , y de nuevo recurrió a su retórica rastrera y falsamente sentimental para elogiar a los invasores, pero estos lo despreciaron; antes de eso, Juárez, que siempre fue su antagonista, había rechazada la lambisconería de Santa Anna, quien pretendía reconciliarse con el Benemérito.
Con toda justicia, Santa Anna ha sido aborrecido por la memoria nacional, si bien dentro de los sectores oficialistas, especialmente ahora que prevalece la derecha católica, siempre ha habido voces que pretextando una mentirosa “objetividad” tratan de reivindicar al dictador.
Santa Anna promovió sus propios intereses a costa de la integridad de la nación, exactamente como lo han hecho los dos presidentes panistas, Fox y Calderón; si Santa Anna propició la desmembración del país, Fecal está deseoso de entregar los recursos energéticos a los intereses extranjeros, con tal de beneficiarse él y su camarilla.
Para mantenerse en el poder, elevó los impuestos, gobernó contra el pueblo, disolvió el congreso, militarizó el país, como lo está haciendo Fecal hoy en día, y lo mismo que este, procuró convertir a la prensa de la época en un coro de elogios hacia su gobierno y su persona. Al igual que Fecal y con el estilo desmesurado de Fox, cultivó una retórica llena de mentiras, calumnias y autoelogios.
Como Fox, Santa Anna tenía el vicio de la ostentación pueril, del derroche vulgar que lo llevaba a exhibir joyas y propiedades, y en querer erigirse en figura mundial; Santa Anna, que ostentaba el título de “Alteza Serenísima”, creía ser un genio militar del nivel de Napoleón Bonaparte, por lo que se consideraba “El Napoleón del desierto”, y no faltaban lambiscones que hacían eco a sus extravagancias.
Al igual que esos gobiernos panistas, como si la historia se repitiera, Santa Anna ya en ese tiempo seguía las mismas coordenadas del PAN que con el fraude se ha mantenido en el poder: entregar el país a los intereses económicos, siendo extranjeros los más poderosos de ellos, a la vez que servir a los intereses del clero.
En este aspecto, Santa Anna fue precursor de los actuales panistas, si bien en algunas ocasiones sus intereses personales, disfrazados de “necesidades”, fueron más fuertes que su devoción, por lo que a veces echó mano de los bienes del clero, productos por su parte, de la estafa y de la manipulación de las conciencias.
Defensor del clero
Cuando Juárez le negó el perdón a Santa Anna, expresó una reflexión que es muy pertinente en nuestros días, y que enfatiza las prioridades con que deben juzgarse los peligros que amenazan al país.
Leemos en el libro Santa Anna, el dictador resplandeciente, de Rafael F. Muñoz (FCE-SEP, México, 1984, p. 267), que Juárez le respondió a Santa Anna, quien le ofrecía poner su espada contra los franceses, que “si hubiera sido únicamente imperialista, podría recibirlo con agrado, pero como además ha sido un viejo aliado del clero y de los conservadores, no le inspira ni le inspirará confianza”.
En efecto, hace mal quien por su propia conveniencia apoya intereses extranjeros, pero es mucho más dañina la conducta de los que apoyan el fanatismo, que se opone al estado laico y a las libertades individuales. Finalmente, el que actúa sólo por interés puede cambiar de bando una y otra vez, puede ser amigo o enemigo según le convenga, pero los conservadores defienden proyectos históricos.
Al margen de los devaneos dictados por el oportunismo, en Santa Anna predominaron las tendencias reaccionarias, al grado de que una y otra vez los prelados de la época le rindieron homenaje y le brindaron elogios demenciales, situación que ha revivido en el idilio de gobernantes panistas como Calderón y como Emilio González, con la jerarquía católica, a la que Fecal le brinda todo el apoyo oficial posible, y Emilio le regala dinero del erario a manos llenas.
Una y otra vez, la llegada de Santa Anna al poder fue recibida con alborozo y Te Deums por parte de la jerarquía católica.
En abril de 1833, Santa Anna asumía la presidencia, “no obstante carecer de la edad que la ley requería”, como él mismo reconoce en sus memorias (Antonio López de Santa Anna Mi historia militar y política. 1810-1874, Editora Nacional, México, 1958, p. 29).
Recibía el poder encomendándose a Dios y a “la benévola Providencia que gobierna la suerte de las sociedades”; en su Alocución del 20 de mayo de ese año, criticaba la separación de lo político y lo religioso, afirmando que “Los mexicanos no piensan así. El culto público es un deber social, y el respeto a las autoridades, una obligación religiosa. Manténgome firmemente adherido a la religión…” En el mismo documento haría alarde de que “las autoridades eclesiásticas están unísonas conmigo”. (Agustín Yáñez Santa Anna. Espectro de una sociedad, Océano, México, p. 101).
Por oponerse a las reformas liberales que promovía en esa época Valentín Gómez Farías, Santa Anna recibiría el total apoyo del clero expresado en términos desmesurados en un edicto del 28 de junio de ese año, emitido por la mitra capitalina:
“Sea mil veces bendito el hombre que con diestra mano ha sabido volver a Dios su legítima herencia: su memoria será eterna y agradecida hasta la consumación de los siglos, y su corona será precioso e inadmisible para toda la eternidad. Su nombre lo celebrarán todas las generaciones y lo alabarán los ancianos y los jóvenes, las vírgenes y los niños, porque todos, no sólo por los esfuerzos de su espada victoriosa siempre en campaña, sino por su piedad religiosa y por su verdadro catolicismo, hemos conseguido la paz y libertad de nuestra Iglesia…” (Yáñez Santa Anna, pp. 108-9).
Según los jerarcas, los “sentimientos religiosos y patrióticos” de Santa Anna “lo calificarán eternamente como a un héroe digno del amor y reconocimiento de toda la nación americana”.
Los periódicos afines al clero llegaron a proclamar a Santa Anna una “deidad humana” y por su antiliberalismo se ganó también el apelativo de “Visible instrumento de Dios”.
Años después, Santa Anna seguía gozando de la veneración del clero, al grado de que “Viniendo una vez de su hacienda de Veracruz, salió a recibirlo el obispo Pardio y le besó la mano, inclinando la rodilla”(Yáñez Santa Anna, p. 147. Sobre ese episodio, Yáñez comenta: “la aristocracia sacerdotal está degradada”).
En 1845, estando prisionero en Perote, debido a una rebelión militar, Santa Anna escribió una defensa de su trayectoria política, presentándose como un mártir, colmándose de elogios, y asegurando: “he sido objeto de las más vivas aclamaciones de la multitud y la he refrenado, salvado sus víctimas y entre ellas a la Iglesia Mexicana, huérfana y despojada”.
Décadas después, en sus Memorias, enfatizaba: “…defendí la religión católica, apostólica, romana (única en que creo y he de morir) sin descuidar los bienes pertenecientes a la Iglesia, que nadie osó tocar durante mi poder” (Santa Anna Mi historia militar y política…, p. 186)
En 1853, Santa Anna ocupó la presidencia por última vez, para gobernar con el apoyo de los ricos y del clero, con el programa político de los conservadores, que no es sino la versión decimonónica de las tendencias del PAN.
Ese programa, diseñado por Lucas Alamán, contemplaba, “conservación y esplendor de la religión católica, prohibición de las obras impías e inmorales, fuerza necesaria al gobierno, antifederalismo, supresión del sistema representativo, de los ayuntamientos electivos y “todo lo que se llama elección popular, mientras no descanse sobre otras bases”,… aumento del ejército y una numerosa reserva…” (Yáñez Santa Anna, p. 188).
Para cumplir esos, los conservadores contaban con el apoyo unánime del clero y “de los propietarios”, además del control prácticamente total de los periódicos de la época.
En ese último periodo que finalizó con la rebelión de 1855 encabezada por el liberal Juan Alvarez, Santa Anna vendió La Mesilla, hizo volver a los jesuitas, que estaban expulsados desde la época colonial, y decretó una ley para nombrarse dictador vitalicio
Al igual que los panistas de la ultraderecha, Santa Anna profesó un odio feroz contra Juárez, a quien en sus Memorias se refiere como “mi constante perseguidor el indígena Juárez” y enfatiza: “Mis apóstrofes y recriminaciones se dirigen única y exclusivamente contra el malvado Juárez; ese indio oscuro (que fenomenalmente rige los destinos de mi nación para rubor nuestro y oprobio de la humanidad) que pretende empañar mi patriotismo y servicios de toda mi vida” (Santa Anna Mis historia militar y política, p. 182).
El famoso traidor a la patria atacaba a continuación a Juárez, a quien comparaba con una “boa constrictora del Senegal”, acusándole de haber estado “…como la hiena, en su hediondo retiro, esperando la destrucción de los caudillos para aprovecharse después de sus despojos como lo ha hecho últimamente”.
“Repito hasta con náuseas: ¡atrás ¡ ¡atrás el monstruo¡” (pp. 182-83)
Presagiando el lamentable estilo personal de Fox, Santa Anna lanzaba denuestos contra Juárez en la misma medida en que él se cubría de alabanzas, calificándose él mismo como “honrado y patriota”, valiente y sacrificado, a la vez que prudente y comprensivo, víctima de los “desengaños y de la ingratitud” de otros, y afirma que, para él, ejercer el poder era “un sacrificio” al que le orillaban las súplicas del pueblo. Como observa Agustín Yáñez, típico de Santa Anna era presentarse como infalible, pues sus errores y problemas, e incluso sus traiciones, los atribuía siempre a otros.
Como Fecal y como Fox, no ponía límites cuando elogiaba su propio gobierno, del que exalta “la moralidad brillando en todos y cada uno de los decretos y disposiciones del gobierno de esa época, demuestran claramente que en cuanto interesaban a la seguridad de la nación, a los adelantos materiales, a su bien y a su gloria mi gobierno puso allí su mano” (Santa Anna Mi historia militar y política, p. 106)
Según él, cualquier crítica que se le pudiera hacer se desvanecía con “la simple mención de mis oportunos e importantes servicios, ora en la conquista de la independencia, ora planteando la República, el primero con los invasores hasta derramar mi sangre” (p. 186)
Desde el exilio, Santa Anna firmaba escrito como “General de División, Benemérito de la Patria, Expresidente de la República Mexicana; Gran Maestre de la nacional y distinguida orden de Guadalupe; Gran Cruz de primera clase de Carlos III de España y de la igual clase del Aguila Roja de Prusia; condecorado con placas y cruces honoríficas por acciones de guerra, etc, etc”
Sin embargo, la historia ha puesto a cada quien en su lugar: Juárez, defensor de ideales nacionales, político republicano que para enfrentarse al clero tuvo un valor y una claridad que no tienen los políticos actuales de la izquierda, es el Benemérito de las Américas.
Santa Anna: vendepatrias militarista, oportunista, y reaccionario, defensor del clero conservador, se prodigó en vida todos los elogios, justificaciones y derroches concebibles. Justamente, terminó en el basurero de la historia.
En 1874 se permitió a Santa Anna regresar a México, y en sus últimos años, “crece su sentimiento religioso”, de tal suerte que el exdictador se pasaba largos ratos en la Basílica, donde “El abad lo recibe y levanta para él, como sólo lo hace para los altos prelados de la Iglesia, el cristal que cubre la imagen. Por una angosta escalerilla sube hasta la Guadalupana, la besa y le ora. La gente que lo ve salir, con lagrimas en los ojos, lo toma por un bienaventurado” (Rafael F. Muños Santa Anna…, p. 273)
Santa Anna está enterrado en el Panteón del Tepeyac, aledaño a la Basílica de Guadalupe, en una tumba sencilla, situada casi frente a la de Delfina Ortega, quien fuera sobrina carnal y primera esposa de Porfirio Díaz, quien a la muerte de Delfina tuvo que negociar con la jerarquía católica la posibilidad de sepultar allí a su incestuosa consorte.
Por el contrario, Santa Anna, como cabría esperar, fue bien recibido en ese cementerio, donde también es vecino del cristero Luis Segura Vilchis (“Luisito”, como dice su lápida), quien en 1927 organizó un atentado terrorista contra Alvaro Obregón. Antonio y Luis, ambos reaccionarios y guadalupanos, estarán gozando de sus afinidades políticas.
Reaccionarios y entreguistas
Edgar González Ruiz
Antonio López de Santa Anna (1794-1876) es símbolo del entreguismo a los intereses extranjeros. Once veces ocupó la presidencia de la República y lo mismo por sus actitudes que por denunciados acuerdos, contribuyó a la pérdida de la mitad del territorio nacional.
Convenenciero y fanfarrón, sus errores lo llevaron en 1836 a caer preso de los tejanos independentistas, quienes estuvieron a punto de dejarlo regresar a México, pero se arrepintieron, pues provocó su indignación cuando, al momento de partir, les lanzó uno de sus discursos hipócritas y pomposos.
Nada como la elocuencia de los hechos: Santa Anna regresó a México sano y salvo, mientras que nuestro país resintió la pérdida de Tejas, consentida por Santa Anna como presidente de la República, mediante acuerdos que estableció con sus captores.
Eso sí, en 1838 perdió un pie durante la llamada Guerra de los Pasteles, cuando los franceses atacaron Veracruz, episodio que le sirvió para justificarse en adelante como patriota intachable y mártir de la patria, y para crear un culto a su propia personalidad, prodigando ceremonias a su miembro cercenado.
Durante la guerra contra Estados Unidos (1846-48), Santa Anna reculó en momentos clave, abandonando posiciones y soldados, con lo cual facilitó la derrota de México, mientras él siguió lucrando a costa del pueblo, de tal suerte que pocos años después concertó con EU el tratado de La Mesilla, por el cual vendió un valle mexicano por la cantidad de 10 millones de pesos: ese era el “patriotismo” del dictador.
Desterrado varias veces del país, cuando sus enemigos ocupaban el poder, trató de repatriarse durante la invasión francesa , y de nuevo recurrió a su retórica rastrera y falsamente sentimental para elogiar a los invasores, pero estos lo despreciaron; antes de eso, Juárez, que siempre fue su antagonista, había rechazada la lambisconería de Santa Anna, quien pretendía reconciliarse con el Benemérito.
Con toda justicia, Santa Anna ha sido aborrecido por la memoria nacional, si bien dentro de los sectores oficialistas, especialmente ahora que prevalece la derecha católica, siempre ha habido voces que pretextando una mentirosa “objetividad” tratan de reivindicar al dictador.
Santa Anna promovió sus propios intereses a costa de la integridad de la nación, exactamente como lo han hecho los dos presidentes panistas, Fox y Calderón; si Santa Anna propició la desmembración del país, Fecal está deseoso de entregar los recursos energéticos a los intereses extranjeros, con tal de beneficiarse él y su camarilla.
Para mantenerse en el poder, elevó los impuestos, gobernó contra el pueblo, disolvió el congreso, militarizó el país, como lo está haciendo Fecal hoy en día, y lo mismo que este, procuró convertir a la prensa de la época en un coro de elogios hacia su gobierno y su persona. Al igual que Fecal y con el estilo desmesurado de Fox, cultivó una retórica llena de mentiras, calumnias y autoelogios.
Como Fox, Santa Anna tenía el vicio de la ostentación pueril, del derroche vulgar que lo llevaba a exhibir joyas y propiedades, y en querer erigirse en figura mundial; Santa Anna, que ostentaba el título de “Alteza Serenísima”, creía ser un genio militar del nivel de Napoleón Bonaparte, por lo que se consideraba “El Napoleón del desierto”, y no faltaban lambiscones que hacían eco a sus extravagancias.
Al igual que esos gobiernos panistas, como si la historia se repitiera, Santa Anna ya en ese tiempo seguía las mismas coordenadas del PAN que con el fraude se ha mantenido en el poder: entregar el país a los intereses económicos, siendo extranjeros los más poderosos de ellos, a la vez que servir a los intereses del clero.
En este aspecto, Santa Anna fue precursor de los actuales panistas, si bien en algunas ocasiones sus intereses personales, disfrazados de “necesidades”, fueron más fuertes que su devoción, por lo que a veces echó mano de los bienes del clero, productos por su parte, de la estafa y de la manipulación de las conciencias.
Defensor del clero
Cuando Juárez le negó el perdón a Santa Anna, expresó una reflexión que es muy pertinente en nuestros días, y que enfatiza las prioridades con que deben juzgarse los peligros que amenazan al país.
Leemos en el libro Santa Anna, el dictador resplandeciente, de Rafael F. Muñoz (FCE-SEP, México, 1984, p. 267), que Juárez le respondió a Santa Anna, quien le ofrecía poner su espada contra los franceses, que “si hubiera sido únicamente imperialista, podría recibirlo con agrado, pero como además ha sido un viejo aliado del clero y de los conservadores, no le inspira ni le inspirará confianza”.
En efecto, hace mal quien por su propia conveniencia apoya intereses extranjeros, pero es mucho más dañina la conducta de los que apoyan el fanatismo, que se opone al estado laico y a las libertades individuales. Finalmente, el que actúa sólo por interés puede cambiar de bando una y otra vez, puede ser amigo o enemigo según le convenga, pero los conservadores defienden proyectos históricos.
Al margen de los devaneos dictados por el oportunismo, en Santa Anna predominaron las tendencias reaccionarias, al grado de que una y otra vez los prelados de la época le rindieron homenaje y le brindaron elogios demenciales, situación que ha revivido en el idilio de gobernantes panistas como Calderón y como Emilio González, con la jerarquía católica, a la que Fecal le brinda todo el apoyo oficial posible, y Emilio le regala dinero del erario a manos llenas.
Una y otra vez, la llegada de Santa Anna al poder fue recibida con alborozo y Te Deums por parte de la jerarquía católica.
En abril de 1833, Santa Anna asumía la presidencia, “no obstante carecer de la edad que la ley requería”, como él mismo reconoce en sus memorias (Antonio López de Santa Anna Mi historia militar y política. 1810-1874, Editora Nacional, México, 1958, p. 29).
Recibía el poder encomendándose a Dios y a “la benévola Providencia que gobierna la suerte de las sociedades”; en su Alocución del 20 de mayo de ese año, criticaba la separación de lo político y lo religioso, afirmando que “Los mexicanos no piensan así. El culto público es un deber social, y el respeto a las autoridades, una obligación religiosa. Manténgome firmemente adherido a la religión…” En el mismo documento haría alarde de que “las autoridades eclesiásticas están unísonas conmigo”. (Agustín Yáñez Santa Anna. Espectro de una sociedad, Océano, México, p. 101).
Por oponerse a las reformas liberales que promovía en esa época Valentín Gómez Farías, Santa Anna recibiría el total apoyo del clero expresado en términos desmesurados en un edicto del 28 de junio de ese año, emitido por la mitra capitalina:
“Sea mil veces bendito el hombre que con diestra mano ha sabido volver a Dios su legítima herencia: su memoria será eterna y agradecida hasta la consumación de los siglos, y su corona será precioso e inadmisible para toda la eternidad. Su nombre lo celebrarán todas las generaciones y lo alabarán los ancianos y los jóvenes, las vírgenes y los niños, porque todos, no sólo por los esfuerzos de su espada victoriosa siempre en campaña, sino por su piedad religiosa y por su verdadro catolicismo, hemos conseguido la paz y libertad de nuestra Iglesia…” (Yáñez Santa Anna, pp. 108-9).
Según los jerarcas, los “sentimientos religiosos y patrióticos” de Santa Anna “lo calificarán eternamente como a un héroe digno del amor y reconocimiento de toda la nación americana”.
Los periódicos afines al clero llegaron a proclamar a Santa Anna una “deidad humana” y por su antiliberalismo se ganó también el apelativo de “Visible instrumento de Dios”.
Años después, Santa Anna seguía gozando de la veneración del clero, al grado de que “Viniendo una vez de su hacienda de Veracruz, salió a recibirlo el obispo Pardio y le besó la mano, inclinando la rodilla”(Yáñez Santa Anna, p. 147. Sobre ese episodio, Yáñez comenta: “la aristocracia sacerdotal está degradada”).
En 1845, estando prisionero en Perote, debido a una rebelión militar, Santa Anna escribió una defensa de su trayectoria política, presentándose como un mártir, colmándose de elogios, y asegurando: “he sido objeto de las más vivas aclamaciones de la multitud y la he refrenado, salvado sus víctimas y entre ellas a la Iglesia Mexicana, huérfana y despojada”.
Décadas después, en sus Memorias, enfatizaba: “…defendí la religión católica, apostólica, romana (única en que creo y he de morir) sin descuidar los bienes pertenecientes a la Iglesia, que nadie osó tocar durante mi poder” (Santa Anna Mi historia militar y política…, p. 186)
En 1853, Santa Anna ocupó la presidencia por última vez, para gobernar con el apoyo de los ricos y del clero, con el programa político de los conservadores, que no es sino la versión decimonónica de las tendencias del PAN.
Ese programa, diseñado por Lucas Alamán, contemplaba, “conservación y esplendor de la religión católica, prohibición de las obras impías e inmorales, fuerza necesaria al gobierno, antifederalismo, supresión del sistema representativo, de los ayuntamientos electivos y “todo lo que se llama elección popular, mientras no descanse sobre otras bases”,… aumento del ejército y una numerosa reserva…” (Yáñez Santa Anna, p. 188).
Para cumplir esos, los conservadores contaban con el apoyo unánime del clero y “de los propietarios”, además del control prácticamente total de los periódicos de la época.
En ese último periodo que finalizó con la rebelión de 1855 encabezada por el liberal Juan Alvarez, Santa Anna vendió La Mesilla, hizo volver a los jesuitas, que estaban expulsados desde la época colonial, y decretó una ley para nombrarse dictador vitalicio
Al igual que los panistas de la ultraderecha, Santa Anna profesó un odio feroz contra Juárez, a quien en sus Memorias se refiere como “mi constante perseguidor el indígena Juárez” y enfatiza: “Mis apóstrofes y recriminaciones se dirigen única y exclusivamente contra el malvado Juárez; ese indio oscuro (que fenomenalmente rige los destinos de mi nación para rubor nuestro y oprobio de la humanidad) que pretende empañar mi patriotismo y servicios de toda mi vida” (Santa Anna Mis historia militar y política, p. 182).
El famoso traidor a la patria atacaba a continuación a Juárez, a quien comparaba con una “boa constrictora del Senegal”, acusándole de haber estado “…como la hiena, en su hediondo retiro, esperando la destrucción de los caudillos para aprovecharse después de sus despojos como lo ha hecho últimamente”.
“Repito hasta con náuseas: ¡atrás ¡ ¡atrás el monstruo¡” (pp. 182-83)
Presagiando el lamentable estilo personal de Fox, Santa Anna lanzaba denuestos contra Juárez en la misma medida en que él se cubría de alabanzas, calificándose él mismo como “honrado y patriota”, valiente y sacrificado, a la vez que prudente y comprensivo, víctima de los “desengaños y de la ingratitud” de otros, y afirma que, para él, ejercer el poder era “un sacrificio” al que le orillaban las súplicas del pueblo. Como observa Agustín Yáñez, típico de Santa Anna era presentarse como infalible, pues sus errores y problemas, e incluso sus traiciones, los atribuía siempre a otros.
Como Fecal y como Fox, no ponía límites cuando elogiaba su propio gobierno, del que exalta “la moralidad brillando en todos y cada uno de los decretos y disposiciones del gobierno de esa época, demuestran claramente que en cuanto interesaban a la seguridad de la nación, a los adelantos materiales, a su bien y a su gloria mi gobierno puso allí su mano” (Santa Anna Mi historia militar y política, p. 106)
Según él, cualquier crítica que se le pudiera hacer se desvanecía con “la simple mención de mis oportunos e importantes servicios, ora en la conquista de la independencia, ora planteando la República, el primero con los invasores hasta derramar mi sangre” (p. 186)
Desde el exilio, Santa Anna firmaba escrito como “General de División, Benemérito de la Patria, Expresidente de la República Mexicana; Gran Maestre de la nacional y distinguida orden de Guadalupe; Gran Cruz de primera clase de Carlos III de España y de la igual clase del Aguila Roja de Prusia; condecorado con placas y cruces honoríficas por acciones de guerra, etc, etc”
Sin embargo, la historia ha puesto a cada quien en su lugar: Juárez, defensor de ideales nacionales, político republicano que para enfrentarse al clero tuvo un valor y una claridad que no tienen los políticos actuales de la izquierda, es el Benemérito de las Américas.
Santa Anna: vendepatrias militarista, oportunista, y reaccionario, defensor del clero conservador, se prodigó en vida todos los elogios, justificaciones y derroches concebibles. Justamente, terminó en el basurero de la historia.
En 1874 se permitió a Santa Anna regresar a México, y en sus últimos años, “crece su sentimiento religioso”, de tal suerte que el exdictador se pasaba largos ratos en la Basílica, donde “El abad lo recibe y levanta para él, como sólo lo hace para los altos prelados de la Iglesia, el cristal que cubre la imagen. Por una angosta escalerilla sube hasta la Guadalupana, la besa y le ora. La gente que lo ve salir, con lagrimas en los ojos, lo toma por un bienaventurado” (Rafael F. Muños Santa Anna…, p. 273)
Santa Anna está enterrado en el Panteón del Tepeyac, aledaño a la Basílica de Guadalupe, en una tumba sencilla, situada casi frente a la de Delfina Ortega, quien fuera sobrina carnal y primera esposa de Porfirio Díaz, quien a la muerte de Delfina tuvo que negociar con la jerarquía católica la posibilidad de sepultar allí a su incestuosa consorte.
Por el contrario, Santa Anna, como cabría esperar, fue bien recibido en ese cementerio, donde también es vecino del cristero Luis Segura Vilchis (“Luisito”, como dice su lápida), quien en 1927 organizó un atentado terrorista contra Alvaro Obregón. Antonio y Luis, ambos reaccionarios y guadalupanos, estarán gozando de sus afinidades políticas.
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