Colombia: obispo paramilitar
Colombia:
Un diablo disfrazado de obispo
Edgar González Ruiz
Era “un diablo disfrazado de obispo”, un personaje “siniestro, enfermo por el poder, cosa que no podía esconder, sostienen personas que conocieron a Isaías Duarte, quien fuera prelado de Cali, donde fue asesinado por dos sicarios el 16 de marzo de 2002, y que podría ir camino a los altares si prospera el proyecto de grupos clericales y de fieles colombianos, que incluso ya le atribuyen milagros.
Por ahora, se le presenta como un “apóstol de la paz”, que supuestamente luchó contra la violencia ejercida por la guerrilla, paramilitares y narcos, lo que lo llevó a ser asesinado al salir de una boda colectiva que ofició en el templo El Buen Pastor.
El 13 de abril del mismo año, al pronunciar la homilía en la misa en honor de Duarte, el cardenal Alfonso López Trujillo, también colombiano, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, y considerado uno de los principales papables en Latinoamérica, dijo que con él lo “ligó durante lustros una honda amistad en la común tarea pastoral”.
Enemigo del condón, del reconocimiento de derechos a los homosexuales y de dar la comunión a los divorciados, López Trujillo fue sin embargo buen amigo de narcotraficantes como Pablo Escobar Gaviria, y de cometer abusos contra sus feligreses, y hasta de contar con grupos armados o paramilitares a su servicio, según documentó el periodista Hernando Salazar Palacio en su libro La guerra secreta del cardenal López Trujillo (Temas de Hoy, Bogotá, 1996).
Monseñor Isaías Duarte Cancino nació en San Gil, Santander, el 15 de Febrero de 1939. Estudió en el Seminario de Pamplona y en Roma. Se ordenó en 1963; en 1985 fue nombrado obispo auxiliar de Bucaramanga y en 1988 fue designado primer obispo de la nueva diócesis de Apartadó, en el Urabá Antioqueño. En 95 fue designado Arzobispo de Cali.
Tanto un Hospital como una Fundación Filantrópica llevan su nombre, y su tumba, que está en la Catedral de Cali, ha sido visitada por miles de feligreses, pero hay testimonios que cuestionan esa idealización del extinto personaje.
Diego Murillo, alias “Don Berna”, un conocido exjefe paramilitar colombiano ha asegurado ante las autoridades, para obtener rebaja de penas, que el asesinado arzobispo fue uno de los seis ideólogos que desde la clandestinidad orientaba el movimiento ultraderechista denominado Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), fundado en 1997 por Carlos Castaño, quien definió como sus "objetivos militares" no sólo a los guerrilleros armados, pero también los "guerrilleros de civil", entre los que incluía a los periodistas. Castaño fue acusado de haber ordenado el asesinato, en agosto de 1999, del famoso humorista y comentarista político Jaime Garzón.
Famoso por las atrocidades y masacres que cometió en algunas regiones de Colombia, ese grupo obedeció a los intereses de los terratenientes y otros sectores acaudalados, a la vez que reivindicó siempre ideas de corte religioso y conservador (ver la página www.colombialibre.org, de las desmovilizadas AUC).
El exjefe paramilitar dijo que la relación de Duarte con las AUC comenzó en 1988 cuando fue nombrado Obispo de Apartadó, en la conflictiva región bananera de Urabá, cuyo control disputaron por años las AUC con las guerrillas izquierdistas y en la que el prelado permaneció durante siete años.
En un trabajo difundido el 20 de julio por Argenpress, Alberto Pinzón Sánchez resume en estos términos las confesiones de Don Berna: “…el confesor personal de Carlos Castaño, monseñor Isaías Duarte Cancino, muerto ajusticiado en un ajuste interno de cuentas Narco paramilitar (que instantáneamente fue achacado por los servicios de inteligencia militar a la guerrilla de las Farc); era uno de los 6 miembros de la junta directiva de los Paramilitares.”
Desde luego, esas revelaciones fueron rechazadas con indignación por la jerarquía católica y por políticos afines a ella, pero no dicen lo mismo algunas personas que lo trataron personalmente durante años.
En su artículo “El Monseñor que yo conocí”, difundido en la Web por Tiempo, de Colombia, Diego L. Arias T. exhorta a “…evitar los extremos de dar por cierta, de entrada, la versión del jefe paramilitar, pero también los desagravios o absoluciones anticipadas”.
Luego, hace la remembranza del prelado, sin escatimar elogios, pero criticando “…su omisión casi sistemática a condenar las masacres que, por la misma época y hasta su fallecimiento, ejecutaron las autodefensas en el Valle”.
“En alguna ocasión, ante un auditorio reunido en la Cámara de Comercio de Cali, monseñor la emprendió con virulencia contra la guerrilla. Y así tenía que ser. Lo molesto e inadmisible fue que un día antes los paramilitares hubieran ejecutado una de sus más crueles acciones en el centro del Valle, y de monseñor no hubiera salido un solo comentario de repudio al crimen ni a los perpetradores; tampoco de solidaridad con las víctimas. Y así fue casi siempre, la verdad.”
“En privado, le reclamaba por estas omisiones. Me escuchaba con respeto y asentía con un movimiento de cabeza como diciendo: '¡Tiene razón!'. Sus silencios en casos como estos dolían y ofendían enormemente a las víctimas y a muchos que, como yo, en muchas jornadas, lo acompañamos promoviendo la reconciliación y el perdón. Nunca descifré el motivo de sus silencios….”
“En julio de 1999 llegaron las autodefensas al Valle del Cauca, en medio de la complacencia de muchos sectores y omisiones injustificables de las autoridades. Son conocidas al menos dos reuniones en Cali de Carlos Castaño con dirigentes nacionales (Horacio Serpa y Sergio Fajardo), a las que monseñor dio acogida. Su naturaleza humanitaria no está en discusión. Pero se habla también de otras gestiones, con Castaño y otros interlocutores, y yo creo que obraron en la misma dirección”.
Asimismo, Pinzón Sánchez, en el artículo aludido, recuerda que en entrevista con la periodista Salud Hernández Mora, Carlos Castaño dijo abiertamente: '- Monseñor Isaías Duarte Cancino me invitó a Cali. En la época que a Carlos Castaño Gil lo buscaban las autoridades de todo el país. Decidí que asistiría como una de mis cinco salidas a la ciudad. Antes de viajar le dije a monseñor: Su excelencia, me manda el carro al sitio que acordemos y usted responde por mí., le recordé de manera amistosa y de la misma forma me contestó: No hay inconveniente Carlos, Usted duerme en mi casa.
Por demás severos son los juicios que hacen algunos militares y civiles que conocieron a Duarte Cancino, sea en Urabá o en Cali. De acuerdo con ellos, Duarte era “un diablo disfrazado de obispo”, que hacía temblar al general Clavijo Ardila, jefe militar y civil de Urabá, cada vez que le hablaba en persona o por teléfono. “El pretendido “apóstol de la paz” no era ningún santo, sino un personaje “siniestro, enfermo por el poder, cosa que no podía esconder”.
“Sus gestos eran crueles y su voz generaba conflicto y desconfianza a primera vista.Estaba seguro de que debía atemorizar a sus posibles rivales por el poder”.
En Urabá se señala que Duarte estableció alianzas a su conveniencia, en diferentes períodos, sea con la guerrilla, en particular con la llamada EPL, Ejército Popular de Liberación, como con los paramilitares.
“El obispo hablaba con el presidente si era necesario, en cambio el general no podía darse ese lujo. Duarte era capaz de meter la mano por los bandidos como una vez que el ejército capturó en flagrancia a un alemán que trabajaba para la guerrilla por dinero, monitoreando las comunicaciones militares y facilitándoles equipos a los delincuentes. Cuando el alemán, marino jubilado y experto en guerra electrónica estaba listo para ser enviado preso a Bogotá, Duarte se apareció en las instalaciones de la jefatura civil y militar de Urabá y convenció a Clavijo para que desistiera de detención y así se cumplió. Al alemán le devolvieron todos los equipos que se le habían decomisado y dos días después moría asesinada la fiscal de Apartadó que realizó esa captura y decomiso”.
Cuando los paramilitares expulsan a la guerrilla de esa zona, Duarte consideró, al parecer, que le convenía estar bien con los que detentaban el poder real en la zona, por lo que llegaría a hacerse más evidente su cercanía con sus católicos y anticomunistas aliados de las AUC.
Un diablo disfrazado de obispo
Edgar González Ruiz
Era “un diablo disfrazado de obispo”, un personaje “siniestro, enfermo por el poder, cosa que no podía esconder, sostienen personas que conocieron a Isaías Duarte, quien fuera prelado de Cali, donde fue asesinado por dos sicarios el 16 de marzo de 2002, y que podría ir camino a los altares si prospera el proyecto de grupos clericales y de fieles colombianos, que incluso ya le atribuyen milagros.
Por ahora, se le presenta como un “apóstol de la paz”, que supuestamente luchó contra la violencia ejercida por la guerrilla, paramilitares y narcos, lo que lo llevó a ser asesinado al salir de una boda colectiva que ofició en el templo El Buen Pastor.
El 13 de abril del mismo año, al pronunciar la homilía en la misa en honor de Duarte, el cardenal Alfonso López Trujillo, también colombiano, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, y considerado uno de los principales papables en Latinoamérica, dijo que con él lo “ligó durante lustros una honda amistad en la común tarea pastoral”.
Enemigo del condón, del reconocimiento de derechos a los homosexuales y de dar la comunión a los divorciados, López Trujillo fue sin embargo buen amigo de narcotraficantes como Pablo Escobar Gaviria, y de cometer abusos contra sus feligreses, y hasta de contar con grupos armados o paramilitares a su servicio, según documentó el periodista Hernando Salazar Palacio en su libro La guerra secreta del cardenal López Trujillo (Temas de Hoy, Bogotá, 1996).
Monseñor Isaías Duarte Cancino nació en San Gil, Santander, el 15 de Febrero de 1939. Estudió en el Seminario de Pamplona y en Roma. Se ordenó en 1963; en 1985 fue nombrado obispo auxiliar de Bucaramanga y en 1988 fue designado primer obispo de la nueva diócesis de Apartadó, en el Urabá Antioqueño. En 95 fue designado Arzobispo de Cali.
Tanto un Hospital como una Fundación Filantrópica llevan su nombre, y su tumba, que está en la Catedral de Cali, ha sido visitada por miles de feligreses, pero hay testimonios que cuestionan esa idealización del extinto personaje.
Diego Murillo, alias “Don Berna”, un conocido exjefe paramilitar colombiano ha asegurado ante las autoridades, para obtener rebaja de penas, que el asesinado arzobispo fue uno de los seis ideólogos que desde la clandestinidad orientaba el movimiento ultraderechista denominado Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), fundado en 1997 por Carlos Castaño, quien definió como sus "objetivos militares" no sólo a los guerrilleros armados, pero también los "guerrilleros de civil", entre los que incluía a los periodistas. Castaño fue acusado de haber ordenado el asesinato, en agosto de 1999, del famoso humorista y comentarista político Jaime Garzón.
Famoso por las atrocidades y masacres que cometió en algunas regiones de Colombia, ese grupo obedeció a los intereses de los terratenientes y otros sectores acaudalados, a la vez que reivindicó siempre ideas de corte religioso y conservador (ver la página www.colombialibre.org, de las desmovilizadas AUC).
El exjefe paramilitar dijo que la relación de Duarte con las AUC comenzó en 1988 cuando fue nombrado Obispo de Apartadó, en la conflictiva región bananera de Urabá, cuyo control disputaron por años las AUC con las guerrillas izquierdistas y en la que el prelado permaneció durante siete años.
En un trabajo difundido el 20 de julio por Argenpress, Alberto Pinzón Sánchez resume en estos términos las confesiones de Don Berna: “…el confesor personal de Carlos Castaño, monseñor Isaías Duarte Cancino, muerto ajusticiado en un ajuste interno de cuentas Narco paramilitar (que instantáneamente fue achacado por los servicios de inteligencia militar a la guerrilla de las Farc); era uno de los 6 miembros de la junta directiva de los Paramilitares.”
Desde luego, esas revelaciones fueron rechazadas con indignación por la jerarquía católica y por políticos afines a ella, pero no dicen lo mismo algunas personas que lo trataron personalmente durante años.
En su artículo “El Monseñor que yo conocí”, difundido en la Web por Tiempo, de Colombia, Diego L. Arias T. exhorta a “…evitar los extremos de dar por cierta, de entrada, la versión del jefe paramilitar, pero también los desagravios o absoluciones anticipadas”.
Luego, hace la remembranza del prelado, sin escatimar elogios, pero criticando “…su omisión casi sistemática a condenar las masacres que, por la misma época y hasta su fallecimiento, ejecutaron las autodefensas en el Valle”.
“En alguna ocasión, ante un auditorio reunido en la Cámara de Comercio de Cali, monseñor la emprendió con virulencia contra la guerrilla. Y así tenía que ser. Lo molesto e inadmisible fue que un día antes los paramilitares hubieran ejecutado una de sus más crueles acciones en el centro del Valle, y de monseñor no hubiera salido un solo comentario de repudio al crimen ni a los perpetradores; tampoco de solidaridad con las víctimas. Y así fue casi siempre, la verdad.”
“En privado, le reclamaba por estas omisiones. Me escuchaba con respeto y asentía con un movimiento de cabeza como diciendo: '¡Tiene razón!'. Sus silencios en casos como estos dolían y ofendían enormemente a las víctimas y a muchos que, como yo, en muchas jornadas, lo acompañamos promoviendo la reconciliación y el perdón. Nunca descifré el motivo de sus silencios….”
“En julio de 1999 llegaron las autodefensas al Valle del Cauca, en medio de la complacencia de muchos sectores y omisiones injustificables de las autoridades. Son conocidas al menos dos reuniones en Cali de Carlos Castaño con dirigentes nacionales (Horacio Serpa y Sergio Fajardo), a las que monseñor dio acogida. Su naturaleza humanitaria no está en discusión. Pero se habla también de otras gestiones, con Castaño y otros interlocutores, y yo creo que obraron en la misma dirección”.
Asimismo, Pinzón Sánchez, en el artículo aludido, recuerda que en entrevista con la periodista Salud Hernández Mora, Carlos Castaño dijo abiertamente: '- Monseñor Isaías Duarte Cancino me invitó a Cali. En la época que a Carlos Castaño Gil lo buscaban las autoridades de todo el país. Decidí que asistiría como una de mis cinco salidas a la ciudad. Antes de viajar le dije a monseñor: Su excelencia, me manda el carro al sitio que acordemos y usted responde por mí., le recordé de manera amistosa y de la misma forma me contestó: No hay inconveniente Carlos, Usted duerme en mi casa.
Por demás severos son los juicios que hacen algunos militares y civiles que conocieron a Duarte Cancino, sea en Urabá o en Cali. De acuerdo con ellos, Duarte era “un diablo disfrazado de obispo”, que hacía temblar al general Clavijo Ardila, jefe militar y civil de Urabá, cada vez que le hablaba en persona o por teléfono. “El pretendido “apóstol de la paz” no era ningún santo, sino un personaje “siniestro, enfermo por el poder, cosa que no podía esconder”.
“Sus gestos eran crueles y su voz generaba conflicto y desconfianza a primera vista.Estaba seguro de que debía atemorizar a sus posibles rivales por el poder”.
En Urabá se señala que Duarte estableció alianzas a su conveniencia, en diferentes períodos, sea con la guerrilla, en particular con la llamada EPL, Ejército Popular de Liberación, como con los paramilitares.
“El obispo hablaba con el presidente si era necesario, en cambio el general no podía darse ese lujo. Duarte era capaz de meter la mano por los bandidos como una vez que el ejército capturó en flagrancia a un alemán que trabajaba para la guerrilla por dinero, monitoreando las comunicaciones militares y facilitándoles equipos a los delincuentes. Cuando el alemán, marino jubilado y experto en guerra electrónica estaba listo para ser enviado preso a Bogotá, Duarte se apareció en las instalaciones de la jefatura civil y militar de Urabá y convenció a Clavijo para que desistiera de detención y así se cumplió. Al alemán le devolvieron todos los equipos que se le habían decomisado y dos días después moría asesinada la fiscal de Apartadó que realizó esa captura y decomiso”.
Cuando los paramilitares expulsan a la guerrilla de esa zona, Duarte consideró, al parecer, que le convenía estar bien con los que detentaban el poder real en la zona, por lo que llegaría a hacerse más evidente su cercanía con sus católicos y anticomunistas aliados de las AUC.
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