Monday, July 17, 2006

Desde Argentina

El fraude como posibilidad
(Sábado en la noche: www.pablotasso.blogspot.com)

México se ha convertido ya en parte mía y son muchas las razones. Pienso esto desde Maco Hondo, un pequeño paraje junto al Río Dulce, en Santiago del Estero, Argentina, junto al Camino Real que iba o va al Perú.
La distancia me vuelve el espectador que no sería.
No voté. No soy un militante del PRD, pero nunca he sido un militante de partes en sentido estricto. Pero como muchos, suelo estar encausado.
He visto no obstante, la manera en que unos mexicanos se burlan de otros, no sólo desde el gobierno federal, sino en la vida cotidiana.
Tenemos –peleo por mi derecho al verbo con caracter patronímico, a sentirme mexicano- una inclinación notable al hecho. Lo hecho, hecho está, dicen. Y eso es, a la imposición. Medio país –y esa es la verdadera división política- impone algo y luego invita al otro, a la víctima, a sopesar sobre lo negativo de discutir lo que ya está hecho. Si fue una imposición, bueno, ha aceptarlo, y a partir de eso... (nada menos que la realidad), pensar el camino que sigue.
Lo hace el funcionario, lo hace la esposa o el esposo, lo hacemos.
Y para colmo: somos una sociedad que le teme al conflicto. ¿Cómo temerle al conflicto si sobre la mesa están puestos los elementos que justamente los promueven?
En situaciones de poder y de desaveniencia, preferimos 'lo real': la fuerza de los hechos. Manda quien puede imponer. Imponer es un sinónimo de poder hacerlo. Y siempre hay voces que suponen que esto es algo que sucede en todas partes, y por lo tanto es una de las tantas cosas que se consideran legítimas: en la casa y en el gobierno.
Muchos piensan distinto. La política no posee individuos (al menos en el sentido en que si lo poseen la poesía y el diván del psicoanálisis) sino fuerzas encontradas en las necesidades mutuas: esto rige de la pareja a la ciudadanía: en el centro está la cosa pública. En ese amplio arco iris de pasiones sociales es lícito convencer, persuadir, argumentar; pero no imponer.
Cuando se nos quiere imponer, es deber anteponerse, amable y terminantemente. ¿Por qué? Porque de no hacerlo, la resaca nos dejará pelando contra la jactancia –contra el significante y no contra el significado.
Lo que sucedió el 2 de julio no debió pasar. Pero ahora debemos saber por qué pasó: al tiempo que nos anteponemos contra el que se busca imponer.
Todo lo que siga ahora será remontar el 2 de julio, que no es poco. Y no lo es porque no será trabajar solo contra la imposición sino contra lo que la pudo permitir; y más aún: sobre aquello que permitió imaginar que un fraude sería aceptado: nuestra desnutrición cívica, nuestra amplia desmoralización social, empedernida en fetichismos. Que hoy exorcizamos.
Si eso es así: bienvenido el fraude.
El fraude es una posibilidad de volvernos sensibles a los otros fraudes que permiten que la rueda se mueva. La lista es larga, y cada quien puede hacerla según sus fuerzas y posibilidades. Pero ahí están los indígenas, los agraviados del pasado, los niños sin futuro, los vecinos tacuchados de chemo...
Serenos: la derecha es solo una de nuestras formas sociales. A veces, uno de nuestros rostros más comunes. A cambiarlo.
No sé qué pensaría el Dr. Jeckill.

Invito a El sendero del Peje.

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