Friday, February 01, 2008

El clero pederasta, ayer y hoy

El clero pederasta, ayer y hoy.

Edgar González Ruiz

Acaba de morir Marcial Maciel, fundador de la poderosa congregación católica de Los Legionarios de Cristo, y a quien varios de sus exdiscípulos, denunciaron desde hace años como pederasta.

En su libro El Legionario, publicado por la editorial Grijalbo y difundido en 2003, Alejandro Espinosa, quien fue uno de los denunciantes, ofreció detalles de la forma en que Maciel los engañaba para abusar de ellos.

Pero años antes, en 1997, había estallado el escándalo contra Maciel, gracias a investigaciones periodísticas hechas en Estados Unidos.

En esa ocasión, el empresario Lorenzo Servitje, fundador del grupo Bimbo y amigo de los Legionarios, canceló un contrato millonario de publicidad con una televisora, como medio de presiónpara evitar que las denuncias llegaran a los medios: quería tapar el sol con un dedo.

Todo eso ocurría en el contexto delúltimo gobierno priísta, que tenía un gran temor al costo político de disgustar a la jerarquía católica; una década después, en 2006, Servitje aparecerá como patrocinador del fraude electoral y al año siguiente como promotor de un nuevo partido de ultraderecha, de inspiración sinarquista.

Maciel nunca refutar las acusaciones de los exlegionarios, pero contó con la inescrupulosa protección que le ofreció Juan Pablo II, quien apoyó con todo su poder a los grupos más conservadores del catolicismo, como los Legionarios, a pesar de sus abusos.

Finalmente, Benedicto XVI se atrevió a castigarlo levemente, prohibiéndole que oficiara o que tuviera actividades públicas, pero Maciel se libró de mayores consecuencias, y conservó su influencia como jefe de los Legionarios, quienes tratan de idealizarlo como “víctima” de las insidias de sus enemigos.

Pero el caso de Maciel es uno los muchos que ocurren en nuestro país y en otras naciones donde el clero católico es poderoso.En lugares donde no es hegemónico, como Estados Unidos, o en sociedades europeas, los sacerdotes pederastas pueden ser juzgados y reciben el castigo que les corresponde.

Por eso,la Iglesia tuvo que pagar indemnizaciones millonarias a víctimas de los pederastas con sotana denunciados en los Angeles; en Italia, hace unos años se condenó a un cura abusador que radicaba en Nicaragua, pero era de nacionalidad italiana, por lo que se le pudo juzgar allá.

Sin embargo, en países de América Latina, es muy difícil condenar a los curas abusadores porque gozan de la protección de las autoridades, sea por miedo o por convicción, bajo la premisa de leyes e instituciones que otorgan un gran poder a la Iglesia.

México había sido uno de los pocos países de la región con una tradición laicista, que el PAN se ha encargado de ir socavando, con políticas públicas de apoyo al clero, como es la persecución de quienes denuncian a los abusadores y a sus cómplices, y de nombramiento de militantes católicos como autoridades responsables de la política interior y del trato del estado hacia las iglesias.

El caso Maciel ha despertado una gran indignación en mucha gente, pues demuestra a la vez los abusos del clero y la impunidad con que se practican.

Se trata, sin embargo, de una realidad que se ha vivido desde hace mucho tiempo: curas pederastas, seductores, adúlteros, etc., a lo cual se suman sus frecuentes abusos económicos, así como su activismo político contrario a las libertades de las personas.

La memoria histórica nos aporta muchas muestras de ello. Hace más de cien años, a principios del siglo XX, el historiador y periodista Alfonso Taracena registró varios de ellos en su Verdadera Historia de la Revolución Mexicana.

Cabe citar un par de ellos, que hacen patente la tradicional inmoralidad de muchos curas. En junio de 1901, en la lejana época en que todavía regían las leyes de Reforma, la opinión pública se escandalizó ante los abusos sexuales de dos curas, que provocaron protestas públicas en la ciudad de México; entre los estudiantes que rechazaron al clero corrupto se contaban Antonio Caso, José Vasconcelos y Diego Rivera, quienes todavía no eran famosos, pero sí tenían conciencia cívica y seguridad en sus convicciones.

Uno de los abusadores, el curaJosé A. Esparza, había sido detenido en Madrid, donde se había refugiado, con una adolescente de Atotonilco el Alto, Jalisco, a quien había raptado, y con quien mantenía relaciones desde que ella tenía 8 años.

Esparza, quien era contador del arzobispo de Guadalajara, se había llevado también letras de cambio y miles de pesos en oro, producto de sus operaciones fraudulentas.

Al mismo tiempo, se difundió el caso del padre Antonio Icaza, a quien sus superiores protegieron, luego de haberse descubierto que era amante de la esposa de uno de sus feligreses; el propio cura le había recomendado que se casara con ella, y horrorizado descubrió con el tiempo que Icaza “la mancilló hasta la víspera del matrimonio, para después casarla vestida de blanco”. (Taracena La Verdadera Revolución Mexicana (1901-1911), Porrúa, México, 1991, p. 20).

Tres años después, el 16 de agosto de 1904, ingresó en la cárcel de Belén el presbítero José María Ramírez, por haberse raptado a una niña de doce años de edad. En la prisión ofreció casarse con la víctima, lo que fue rechazado por la madre de la muchacha, indignada porque el cura se había introducido en la casa, abusando de su confianza para cortejar a su hija.

Tan solo una semana después, se presentó otra víctima del cura, quien dijo haber sido violada por él, quien aprovechó la pobreza en que vivía y la difícil situación que atravesaba con su familia, de lo que se enteró el sacerdote en el confesionario, por lo que citó a la joven en su casa para “darle buenos consejos”.

En octubre del mismo año, en La Piedad Michoacán, ek cura Francisco Sámano fue acusado de haber abusado de una niña a la que trasladó a una casa parroquial, donde se enfrentó con los soldados que lo fueron a aprehender, y que hallaron a otras tres menores en la misma situación que su mencionada víctima.

El sacerdote logró huir, pero días después se entregó a las autoridades y murió en el mes de noviembre, dejándoles a sus víctimas algún dinero para lavar su propia conciencia.

A la par de sus abusos sexuales, los curas luchaban contra las leyes de Reforma, y exigían impunidad, como en Lagos de Jalisco, donde el religioso Gregorio Retolaza organizó una peregrinación pública para desafiar las leyes de Reforma, y amonestado por las autoridades y vecinos del lugar, organizó un sangriento motín donde fanáticos católicos asesinaron a una personas e hirieron a otras, a pedradas, cuchilladas y balazos; anteriormente, el cura se había dedicado a atacar a Hidalgo y a otros héroes nacionales, y juraba que no cumpliría las leyes de Reforma por ser “obra de Satanás” (Taracena, obra citada, p. 78).

Los abusos del clero no sólo han perdurado, sino que han cobrado mayores dimensiones y hoy en día gozan de plena impunidad, bajo el manto de un gobierno cómplice de la jerarquía católica, pues en los hechos ya no se cumple en México la separación entre el Estado y la Iglesia Católica.

Como ilustran los relatos de Taracena, hace cien años, a pesar del acercamiento que tuvo Porfirio Díaz con la jerarquía católica, todavía el gobierno ponía límites al clero, que hoy en día no respeta ninguno.

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