Los nuevos beatos cristeros
Libro de Laura Campos
Los nuevos beatos cristeros
Edgar González Ruiz
Uno de los principales apoyos de la campaña de Calderón es el conservadurismo católico que en su aspecto histórico se identifica con la tradición cristera, que tiene en los Altos de Jalisco una de sus principales zonas de influencia, al grado de que algunas poblaciones de la región han nutrido el acarreo a varios actos de la campaña panista, como el del 30 de abril en la Plaza de Toros México.
Consecuencia de la llegada de la derecha al poder ha sido la incorporación de varios personajes provenientes de esa zona y de esa tradición en puestos importantes en el gobierno estatal o federal, como son el gobernador Francisco Ramírez Acuña, y el subsecretario de la Segob, Leonardo García Camarena.
El propio titular de esa dependencia, Carlos Abascal, es el principal promotor de la victoria política y cultural de la derecha católica, como lo evidenció el 20 de noviembre de 2005, en Guadalajara, al acudir a la ceremonia en que fueron beatificados varios cristeros, incluyendo dos dirigentes de la sangrienta lucha que de 1926 a 29 llevaron a cabo militantes católicos contra el gobierno de la época, oponiéndose en particular al laicismo y a los ideales de la revolución mexicana.
En vísperas de esa fecha, que significativamente coincide con el aniversario de la Revolución, iniciada en 1910, la historiadora Laura Campos Jiménez, egresada de la Universidad de Guadalajara, publicó el libro titulado Los Nuevos Beatos Cristeros. Crónica de una Guerra Santa en México (Guadalajara, 2005), donde presenta un punto de vista crítico sobre la actuación de la jerarquía y de los cristeros especialmente de los nuevos beatos.
El libro, que está basado en fuentes bibliográficas y documentales, muchas de ellas de carácter regional, pues Jalisco fue precisamente uno de los principales escenarios de esa guerra, abunda en dos temas principales:"el aspecto ideológico que la Iglesia Católica utilizó para justificar el levantamiento armado" y las biografías de varios de los nuevos beatos, como Anacleto González Flores y Miguel Gómez Loza.
Como hace notar la autora, la llamada Cristíada tuvo como antecedente los enfrentamientos que la jerarquía promovió contra el gobierno desde las últimas décadas del siglo XIX, como reacción contra las leyes de Reforma, pues "la Jerarquía católica de aquella época incitó al pueblo a la rebelión y provocó diversos levantamientos, patrocinados personalmente por sacerdotes,… cometiéndose toda clase de crímenes en contra de particulares y de las autoridades…"
En 1926, el Comité Episcopal desconoció la constitución de 1917, que refrendaba los principios de la separación entre la Iglesia y el Estado, y anunció el firme propósito de combatirla. La jerarquía católica aprobó y alentó el movimiento armado entre cuyos dirigentes se contaron González Flores y Gómez Loza.
Aunque sus apologistas lo presentan como un pacifista a ultranza, González Flores, uno de cuyos hijos sería dirigente del grupo ultraderechista de los Tecos, fue un partidario convencido de la lucha armada, como se señala en el capítulo III de Los Nuevos Beatos Cristeros, donde leemos también que ya en la década de 1910, en Tepatitlán, Anacleto fundó un grupo militarizado que se llamaba Falange de la Patria; que el hoy beato usaba los seudónimos de Eleuterio Martínez, José Camacho y José Anguiano en organizaciones secretas precursoras lejanas del actual Yunque; ya siendo jefe de la organización católica Unión Popular, fue partidario decidido de la lucha armada para derrocar al gobierno; Laura Campos cita también testimonios que indican la presencia de Anacleto en "más de un combate" y "con las armas en la mano".
Lo mismo se aplica a Miguel Gómez Loza, con el agravante de que se le ha señalado como "activo participante en el descarrilamiento, asalto e incendio del tren de la Barca", uno de los episodios más crueles de la guerra cristera.
Concluye la autora: "No es válido, ni ético, que individuos que practicaron y apoyaron la violencia e intelectualmente indujeron, alentaron y acaudillaron a gavillas enteras a una guerra sangrienta, a un virtual sacrificio colectivo, ahora décadas después, sean "alabados" y aparezcan como "mártires" de una "persecución religiosa"…".
Efectivamente, muchos cristeros fueron fanáticos que combatían con saña no sólo a sus enemigos sino a quienes no compartían sus ideas. Librepensadores, masones y protestantes fueron sectores cruelmente perseguidos por los cristeros, que en sus publicaciones y en su correspondencia se regocijaban del sufrimiento ocasionado a los "enemigos de Dios", con una mentalidad similar a la que sigue alentando hoy en día a grupos extremistas católicos, entre ellos organizaciones de corte falangista e "hispanista", que en varios países de América Latina y en España reivindican la violencia ejercida en su momento por los cristeros mexicanos, a quienes pese a sus increíbles crueldades presentan como ejemplo de virtudes cristianas.
Los nuevos beatos cristeros
Edgar González Ruiz
Uno de los principales apoyos de la campaña de Calderón es el conservadurismo católico que en su aspecto histórico se identifica con la tradición cristera, que tiene en los Altos de Jalisco una de sus principales zonas de influencia, al grado de que algunas poblaciones de la región han nutrido el acarreo a varios actos de la campaña panista, como el del 30 de abril en la Plaza de Toros México.
Consecuencia de la llegada de la derecha al poder ha sido la incorporación de varios personajes provenientes de esa zona y de esa tradición en puestos importantes en el gobierno estatal o federal, como son el gobernador Francisco Ramírez Acuña, y el subsecretario de la Segob, Leonardo García Camarena.
El propio titular de esa dependencia, Carlos Abascal, es el principal promotor de la victoria política y cultural de la derecha católica, como lo evidenció el 20 de noviembre de 2005, en Guadalajara, al acudir a la ceremonia en que fueron beatificados varios cristeros, incluyendo dos dirigentes de la sangrienta lucha que de 1926 a 29 llevaron a cabo militantes católicos contra el gobierno de la época, oponiéndose en particular al laicismo y a los ideales de la revolución mexicana.
En vísperas de esa fecha, que significativamente coincide con el aniversario de la Revolución, iniciada en 1910, la historiadora Laura Campos Jiménez, egresada de la Universidad de Guadalajara, publicó el libro titulado Los Nuevos Beatos Cristeros. Crónica de una Guerra Santa en México (Guadalajara, 2005), donde presenta un punto de vista crítico sobre la actuación de la jerarquía y de los cristeros especialmente de los nuevos beatos.
El libro, que está basado en fuentes bibliográficas y documentales, muchas de ellas de carácter regional, pues Jalisco fue precisamente uno de los principales escenarios de esa guerra, abunda en dos temas principales:"el aspecto ideológico que la Iglesia Católica utilizó para justificar el levantamiento armado" y las biografías de varios de los nuevos beatos, como Anacleto González Flores y Miguel Gómez Loza.
Como hace notar la autora, la llamada Cristíada tuvo como antecedente los enfrentamientos que la jerarquía promovió contra el gobierno desde las últimas décadas del siglo XIX, como reacción contra las leyes de Reforma, pues "la Jerarquía católica de aquella época incitó al pueblo a la rebelión y provocó diversos levantamientos, patrocinados personalmente por sacerdotes,… cometiéndose toda clase de crímenes en contra de particulares y de las autoridades…"
En 1926, el Comité Episcopal desconoció la constitución de 1917, que refrendaba los principios de la separación entre la Iglesia y el Estado, y anunció el firme propósito de combatirla. La jerarquía católica aprobó y alentó el movimiento armado entre cuyos dirigentes se contaron González Flores y Gómez Loza.
Aunque sus apologistas lo presentan como un pacifista a ultranza, González Flores, uno de cuyos hijos sería dirigente del grupo ultraderechista de los Tecos, fue un partidario convencido de la lucha armada, como se señala en el capítulo III de Los Nuevos Beatos Cristeros, donde leemos también que ya en la década de 1910, en Tepatitlán, Anacleto fundó un grupo militarizado que se llamaba Falange de la Patria; que el hoy beato usaba los seudónimos de Eleuterio Martínez, José Camacho y José Anguiano en organizaciones secretas precursoras lejanas del actual Yunque; ya siendo jefe de la organización católica Unión Popular, fue partidario decidido de la lucha armada para derrocar al gobierno; Laura Campos cita también testimonios que indican la presencia de Anacleto en "más de un combate" y "con las armas en la mano".
Lo mismo se aplica a Miguel Gómez Loza, con el agravante de que se le ha señalado como "activo participante en el descarrilamiento, asalto e incendio del tren de la Barca", uno de los episodios más crueles de la guerra cristera.
Concluye la autora: "No es válido, ni ético, que individuos que practicaron y apoyaron la violencia e intelectualmente indujeron, alentaron y acaudillaron a gavillas enteras a una guerra sangrienta, a un virtual sacrificio colectivo, ahora décadas después, sean "alabados" y aparezcan como "mártires" de una "persecución religiosa"…".
Efectivamente, muchos cristeros fueron fanáticos que combatían con saña no sólo a sus enemigos sino a quienes no compartían sus ideas. Librepensadores, masones y protestantes fueron sectores cruelmente perseguidos por los cristeros, que en sus publicaciones y en su correspondencia se regocijaban del sufrimiento ocasionado a los "enemigos de Dios", con una mentalidad similar a la que sigue alentando hoy en día a grupos extremistas católicos, entre ellos organizaciones de corte falangista e "hispanista", que en varios países de América Latina y en España reivindican la violencia ejercida en su momento por los cristeros mexicanos, a quienes pese a sus increíbles crueldades presentan como ejemplo de virtudes cristianas.
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