El Libro de Meade
El libro de Meade: autoelogios y neoliberalismo a ultranza
Edgar González Ruiz
En abril de 2018, la editorial Grijalbo
publicó el libro de campaña de Meade, titulado El México que merecemos. Mi
visión para transformar nuestro país con orden y rumbo.
Lleva un prólogo de Luis Rubio, quien desde hace décadas defiende las
políticas neoliberales.
Según Rubio “Hoy se confrontan proyectos y propuestas tan
contrastantes como las que los diversos candidatos han presentado: unos
proponen revivir un pasado idílico, otros construir un futuro sólido apuntalado
en lo que ya se ha construido y logrado…” (p. 11)
En una entrevista
publicada en diciembre de 1993, es decir, hacia el final del régimen de Salinas,
a unas cuantas semanas del surgimiento
de la guerrilla zapatista en Chiapas y a pocos meses del asesinato de Colosio, Rubio afirmaba que en las elecciones
presidenciales del 94, contaría mucho la “popularidad” de Salinas de Gortari y “en la medida en que las elecciones sean un
referéndum sobre Salinas y este siga siendo popular, podemos prever que serán
muy favorables al PRI”
“…al mismo tiempo,
tenemos un candidato mucho más débil en Cuauhtémoc Cárdenas, simplemente porque
no está debatiendo en los términos que son centrales para la mayoría de los
mexicanos hoy en día y que son los de la economía…”[1]
En realidad, el
lenguaje “de la economía”, es decir, del dinero, es el único que entienden
promotores del neoliberalismo, como José Antonio Meade y sus apologistas.
El libro de Meade promueve
el afán de lucro y la ambición como
motivaciones de las personas y de las políticas públicas: que los jóvenes
estudien para que consigan trabajos lucrativos y, así, puedan ser buenos
consumidores, personas provechosas para el gobierno y para las empresas.
Por eso, Meade
propone para el sistema educativo mexicano “lograr que responda (sic) a las
necesidades del mercado laboral en un mundo en constante cambio y cada vez más
competitivo” (p. 132)
Este es otro de sus
perversos galimatías: “el nivel educativo (sic) también está fuertemente
asociado con el desempeño (sic) de los mercados laborales, pues no sólo eleva
la empleabilidad (sic) de los individuos, sino además incrementa las tasas de
participación laboral y ocupación, lo que implica mayores horas de trabajo que
se reflejan en mayores ingresos en la economía” (p. 127).
La educación debe
permitir a los alumnos, subraya Meade “adaptarse a los retos y necesidades de
la economía global” (p. 133)
En suma, para él la
finalidad de la educación es, ante todo, económica y laboral, en lugar de
buscar, en primer lugar, el mejoramiento intelectual, cultural y ético de las
personas; no quiere una sociedad más culta, más libre y más justa, sino una con
más acumulación de riquezas.
Propone establecer
guarderías para los adultos mayores, para que sus familias no abandonen sus negocios:
“…habilitar… casas de día para los adultos mayores. De esta manera se
facilitará la incorporación de las mujeres a un empleo de tiempo completo” (p.
192).
Es decir, el
objetivo no es cuidar de los ancianos, porque ya han trabajado toda su vida y
porque encarnan la sabiduría y experiencia de la sociedad, su memoria histórica,
sino hacerlos a un lado para que sus familiares puedan dedicarse a las
actividades económicas.
Meade no es
partidario de los programas asistenciales, pues según él, busca que las
personas “eliminen su dependencia de los programas sociales y reafirmen su
autoconfianza” (p. 82) ; “que reafirmen su autoconfianza”, una frase tramposa
para negar o regatear la ayuda económica
a quienes la necesitan.
Según Meade, el cuidado de la salud obedece
también a razones económicas: “La mala salud cuesta mucho tanto a las personas
como al Estado. Por ello, debemos todos juntos impulsar nuestra salud” (p. 74)
Que las
familias tengan casas cómodas y con buenos servicios, para fomentar las
inversiones inmobiliarias y el comercio:
“Las familias mexicanas requieren viviendas dignas en ciudades
articuladas, funcionales y con servicios públicos para atraer y retener la
inversión y el talento que generen riqueza” (p. 81)
Desde luego, si la
inversión y el dinero van antes que las personas, finalmente sus necesidades de
vivienda cómoda se subordinarán a los intereses de los grandes negocios.
Meade propone que
las mujeres accedan cada vez más al mercado laboral, para beneficiar,
finalmente, a los intereses económicos, y que incluso los discapacitados se
pongan a trabajar, para el bien de las empresas, en lugar de que el gobierno
los proteja.
Leemos: “debemos
entender como una obligación del estado mexicano que las personas con alguna
discapacidad sean incluidas a plenitud en la actividad económica y social del
México actual” (p.88)
Dicho en otras
palabras: el gobierno tiene la “obligación” de poner a trabajar al máximo a los
discapacitados, para cobrarles impuestos y para beneficio de las empresas.
En suma, según
Meade, lo que vale no es la persona, es el dinero. La gente es simplemente “capital
humano”.
De acuerdo con la
visión del candidato, el gobierno debe cumplir eficazmente su función
policiaca, pues su razón de ser es, ante todo, velar por la propiedad.
Leemos: “…la razón
del Estado, su función principal, es la de proveer un orden básico que proteja
la vida y la propiedad de las personas, México no puede perder más tiempo para
construir un Estado fuerte, capaz de proteger a la gente del crimen y de los
criminales” (p.36)
Evidentemente, en
esta idea fascistoide de un “Estado fuerte” que establezca un “orden básico”, y que proteja a la sociedad de los “criminales”
no se incluye a los criminales de cuello blanco, como son algunos empresarios y funcionarios que
cada día perjudican a la ciudadanía.
Las ideas de Meade sobre
el llamado problema de la inseguridad apuntan hacia soluciones ingenuas y
sangrientas, como la supuesta guerra contra las drogas, desatada por Calderón
durante su sexenio. (Vid. pp. 33-57)
Una idea en la que
Meade insiste obsesivamente es convertir a México en una “potencia global” del
siglo XXI, una superpotencia. Esta propuesta aparece en muchas páginas del
libro, tan solo en una de ellas la encontramos expresada dos veces:
“Aspiro a alcanzar
un México que sea una de las 10 mayores economías del mundo…” (p. 20)
“Quiero ser
presidente para transformar a nuestro país, para llevarlo a ser una de las
potencias globales del siglo XXI” (p. 20)
Y hasta aparece
expresada dos veces en un mismo párrafo:
“Aspiro a
transformar a México en una potencia global… podemos ser una de las 10
economías más grandes del planeta” (p. 102)
Al mismo tema está
dedicado específicamente un capítulo del libro “México como potencia global”
(pp. 153-166)
Ahora resulta que
lo que necesitaba México era un Hitler, un Mussolini o un Trump de petate, con sus pretensiones de grandeza y supremacía
y de un estado “fuerte”, bien armado, que imponga un “orden” en la sociedad.
Otra idea de Meade,
también con tufo totalitario, es la de “hacer un gobierno a la medida de cada
quien” (p. 69 ss).
Aunque él la
presenta en forma eufemística, como si un gobierno neoliberal pudiera
interesarse en beneficiar a cada persona en particular, la experiencia que los
mexicanos tenemos de ese tipo de gobiernos (como los de Fox, Calderón, Peña
Nieto y Mancera) es a la inversa: un gobierno ocupado en despojar de sus
recursos, servicios y prestaciones e imponer nuevas obligaciones cada día a
cada ciudadano, a eso apunta el lema “un gobierno a la medida de cada quien”..
Partidarios de Meade
opinan que es un genio de la Economía, que merecería el premio Nobel en esa
disciplina[2]
y que su libro no será leído y menos todavía apreciado, porque está fuera de
las capacidades de comprensión de la mayoría.
En realidad, el libro de Meade no es difícil,
pero está muy mal escrito, con una pésima redacción, repetitiva, plagada de innecesarios
tecnicismos y neologismos, y que abunda, en algunos capítulos, en gráficas y
estadísticas no siempre necesarias.
Mal hacen sus
partidarios en prodigarle desmesurados elogios pues el propio Meade se alaba
hasta el cansancio a lo largo de las 221 páginas de su libro.
Para cantar sus
propias alabanzas, Meade recurre a los lugares comunes de una retórica tan burocrática
como él mismo, y por si fuera poco,
incluye en el libro varias fotografías donde posa jactancioso al lado de altos
personajes del mundo, como si fueran aval de sus pretendidos méritos.
Estas son algunas
frases que encontramos en el libro de Meade, y que ilustran su egolatría y la
pobreza de su retórica:
“No soy un hombre de
riqueza material, la cual ni me seduce ni me deslumbra. Siempre he preferido la
riqueza de espíritu, pues para mí no hay mayor bien que poder ver a mi familia
de frente y con el orgullo del deber cumplido” (p. 218)
Meade es tan desinteresado,
que, aun cuando todavía no llega a la presidencia, no quiere renunciar a la
millonaria pensión que malamente se otorga a los expresidentes.
Por eso, ha
prometido que si llega a la presidencia seguirá beneficiando a los
expresidentes, y en primer lugar a él mismo, medida a la que llama “respetar el
estado de derecho”[3]
Este personaje, que
se retrata como un nuevo Mesías, o como el célebre Epicteto[4],
quien vivió ajeno a toda ambición económica y para hacer que los hombres fueron
mejores, pregona:
“mi interés ha sido
siempre servir a México desde la administración pública” (p. 13)
“Jamás me preparé
con el objetivo de ser un político, sino con la meta de profesionalizarme (sic)
para entender los problemas y retos de nuestro país y así proponer mejores
soluciones para todos los mexicanos” (p. 14)
“…servir a la
ciudadanía con honradez, lealtad y trabajo duro, como lo he demostrado a lo
largo de una trayectoria de más de 20 años” (p. 15)
“ En mi trayectoria profesional me he conducido con la
rectitud con la que he formado a mi familia…” (p. 16)
Afirma que quiere
convencer a quienes “hoy no creen en mí porque no me conocen o piensan que soy
un candidato más…” (p. 24)
Contrariamente a lo que dice, Meade ha
demostrado en su trayectoria y en su campaña, que es un burócrata y un político
como ha habido muchos en la historia: lleno de ambiciones materiales y sediento
de poder, cuya campaña ha sido una más de las que hemos visto en la mayoría de
los políticos cada seis años: llena de promesas, de canciones y ataques a sus
contrincantes, de frases huecas, como esta que incluye en la última página de
su libro: “Quiero ser presidente para cumplirle a México”.
La frase es vieja
como la política, y las exacerbadas tendencias neoliberales y tecnocráticas de
Meade auguran un futuro aún más penoso para las y los mexicanos.
[1]
Edgar González Ruiz. “La economía de los cambios” Entrevista a Luis Rubio.
Suplemento Política de El Nacional, 20 de diciembre de 1993, p. 3.
[2] https://www.eloccidental.com.mx/analisis/meade-algun-dia-premio-nobel-de-economia-1720719.html
[3] https://www.animalpolitico.com/2018/04/meade-pensiones-populistas/
[4] Epicteto
(50-135 DC) fue un filósofo estoico famoso por su desprecio de los bienes
materiales, a los que consideraba dependientes de la fortuna, no de la voluntad
humana.
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