Wednesday, April 27, 2011

Protestas en Catedral: rebeldía justificada

Protestas en Catedral: rebeldía justificada

Edgar González Ruiz



La Catedral Metropolitana de la ciudad de México se ha convertido en escenario de protestas, que surgen en un contexto nacional marcado por el contubernio de la jerarquía católica con el gobierno espurio de Calderón.

La última de ellas ocurrió el pasado domingo 24 de abril, cuando media docena de personas, al parecer pertenecientes a un grupo evangélico, irrumpieron en la misa dominical y rompieron una imagen de la virgen de Guadalupe, que ellos mismos llevaban, en lo que al parecer fue una muestra de inconformidad con la idolatría auspiciada desde las esferas del poder.

La jerarquía católica ha tratado de aprovechar el incidente para victimizarse e incluso para pedir el castigo de esas personas, que en realidad no cometieron delito alguno, sino que simplemente, a su modo, en forma visceral y hasta ingenua, criticaban, desde su propios dogmas, el poder de las estructuras religiosas que tanto daño han hecho a lo largo de la historia.

Está fuera de lugar escandalizarse de que para alguien resulten antipáticas las imágenes distintivas de la Iglesia Católica. Hay que recordar, por ejemplo, las atrocidades de la Inquisición y de la Conquista, que se perpetraban invocando a Dios y a los Santos; las masacres de protestantes y las guerras religiosas en la Europa del siglo XVI, las sangrientas guerras cristeras y, en épocas más recientes, el contubernio de jerarcas católicos con gobiernos derechistas que, como en el caso de México, suelen recurrir a la represión militar y al apoyo mediático y clerical para controlar a la población. l

El pasado domingo, abusando de las circunstancias, Armando Martínez, colaborador de Norberto Rivera y dirigente de los llamados "abogados católicos", propinó un par de golpes a uno de los manifestantes, un joven a quien ya llevaban sometido los efectivos policiales que custodian el interior del recinto y que están al servicio del cardenal.

No es la primera vez que los efectivos de Rivera, como si estuviéramos en la época de la Colonia, agreden físicamente a personas que acuden a Catedral a manifestar su desacuerdo con el discurso y la política del Arzobispado o, como en este caso, con las prácticas mismas del catolicismo.

Hugo Valdemar, otro colaborador de la Arquidiócesis, denunciado por su intromisión en asuntos político electorales, ha tratado de azuzar a las huestes del fanatismo católico, refiriéndose al "sacrilegio" perpetrado por los manifestantes, como si las leyes y la sociedad tuvieran que perseguir la disidencia religiosa de quienes consideran el culto a los santos como mera superstición (tesis que en sí misma muchos compartimos, sin llegar al extremo de comprar una de esas imágenes para luego destruirla públicamente).

Independientemente de la polémica religiosa, es un hecho que la protesta directa, que requiere de una gran dosis de valentía y convicción, es la única reacción que ha podido afectar a jerarcas como Norberto Rivera, que cada día, con el apoyo del gobierno federal y de muchos medios de comunicación, actúan contra las libertades y el bienestar de amplios sectores del pueblo de México.

Equivocadamente, y en muchos casos de buena fe, hay quienes creen que la solución a hechos como el suscitado el domingo es reforzar la vigilancia en Catedral, lo cual sería, simplemente, darle a Norberto Rivera y en general a la jerarquía católica, más armas contra la disidencia religiosa (que no es un delito sino un derecho) y en general contra la inconformidad popular, que ellos mismos han provocado.

Lo ocurrido el domingo en Catedral puede entenderse como una forma desesperada de un pequeño grupo religioso para hacerse oír, en un país donde los medios y las instituciones están controladas por la Iglesia Católica, que de esa manera recoge los frutos de la indignación que con sus abusos ha sembrado.

Independientemente de ese hecho, desde hace unos años, un grupo de manifestantes, encabezado por Julia Klug, protesta contra los abusos del clero católico y se pronuncia en defensa del estado laico; son pocos y muy valientes, y sin duda expresan planteamientos con los que muchos estamos de acuerdo.

Hay también comunicadores y personajes públicos que han llevado a cabo campañas en favor del estado laico y contra la actitud injerencista del clero; esas campañas son necesarias y dignas de elogio, pero en estos tiempos, no han un medio tan eficaz el poder de los jerarcas católicos, que una y otra vez quedan impunes pese a las denuncias expresadas en algunos medios o en foros públicos.

En Guadalajara, tuvo que salir el pueblo a las calles para frenar el respaldo público y multimillonario del "gober piadoso" al llamado Santuario de los mártires, dedicado a los sanguinarios cristeros.

En contraste, el polémico y millonario prelado de Ecatepec, Onésimo Cepeda, puede incurrir en todo tipo de irregularidades y delitos de cuello blanco, pues ante la ausencia de una reacción popular directa, como él dice sus críticos "se la persignan" y "el estado laico es una jalada".

Igualmente, con la complicidad de políticos oportunistas del PRI, y desde luego, en alianza con el Partido Católico, que es el PAN, la jerarquía católica ha logrado, en muchas entidades de la República, hacer prevalecer su consigna de encarcelar a las mujeres que se atreven a abortar.

Quizás, mientras las mujeres que corren ese riesgo penal, no se animen a defender su causa, y a protestar directa y pacíficamente ante los responsables de esa persecución, la Iglesia seguirá imponiendo sus normas con la ayuda de la clase política.

Al margen de especulaciones sobre si la protesta del domingo fue una provocación fraguada por la Arquidiócesis y/o por la derecha, el hecho puede entenderse como muestra de la inconformidad cada vez mayor que provocan los abusos y el desmedido poder del clero católico, en particular del Arzobispado, y que incluyen el respaldo gubernamental para la promoción del fanatismo y de la idolatría, además del apoyo policiaco y mediático contra quienes se atreven a manifestar su desacuerdo con el cardenal.

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